La historia de mi vestido de novia

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Mi vestido sorpresa de novia.

Sí. Pese a todo pronóstico hubo un día de mi vida en que me vestí de novia y me casé. Digo contra todo pronóstico porque soy la persona más individual que conozco y de alma tan libre que se me sale la independencia por los poros. Una madre del colegio me dijo una vez que creía que yo era una pintora ermitaña.

Nunca he entendido ni entenderé el histerismo y agobio al que llegan la gran mayoría de chicas que conozco que se casan. Incluso hay algunas que pierden kilos, se compran el traje un año antes y tienen que ir varias veces a que se lo encojan. Lo tienen TODO previsto, controlado y estrictamente perfecto. Lo respeto, claro, lo normal es eso, no lo mío, pero es que por mucho que lo intente no llego a alcanzar el motivo de tanta preocupación. (Mi relajamiento habitual suele espantar y poner de los nervios a la gente que me rodea).

Y bueno, dicho esto, paso a contarte la historia de mi vestido de novia.

Yo me hago toda la ropa especial. Quiero decir, no me coso unos vaqueros ni me tejo un jersey común; me refiero a los vestidos para ocasiones especiales o cosas que se me ocurren de repente y que me hago para un día cualquiera. Y por supuesto que mi vestido de novia me lo hice yo. No soy modista, ni patronista, ni costurera, sólo junto telas de forma poco ortodoxa con mi máquina de coser y tiro de imaginación y atrevimiento para cortar.

Y en mi mente demente recreé un vestido de novia maravilloso, con la parte de arriba de gasa y la de debajo de tul, enrollándose por mis piernas como un merengue. La gasa iría sujeta con un hilo gigante elástico con perlitas. Estuve un tiempo colocando las perlitas en el hilo gigante elástico y me cosí el borde de cuatro cuadrados grandes de gasa. El miércoles antes del sábado de boda quedé con mi amiga Leti y mi compañera de trabajo Gema Peña para hacer la previsión de lo que sería mi traje. Las nombré mis hacedoras del vestido de novia. Vinieron esa tarde y no nos aclaramos: la gasa pesaba demasiado por lo que no podía hacer la parte de arriba como yo imaginé y el tul para la falda no sabía cómo unirlo con la gasa ni quedaba nada bien. Entonces les dije: «Nada, hoy no lo sacamos; el sábado ya veremos. Venid a las cuatro». Me miraron con ojos de espanto: «Pero la boda es el sábado». Y yo, con cara de no entender: «Ya, pero es a las ocho, y nosotras hemos quedado a las cuatro».

Se fueron de mi casa con un sufrimiento incomprensible, planeando por las noches soluciones de emergencia para que no me presentara desnuda en la iglesia, como estampar el coche contra el escaparate de Pronovias, coger un vestido, el que fuera, y salir de allí pitando y que fuera lo que Dios quisiera; o llevar un paquete de rollos de papel higiénico para poder enrollarme con ellos. Hay que ver cómo se dispara la imaginación de una cuando las circunstancias presionan.

Llegó el sábado día de la boda. Yo hacía dos días que había conseguido unas sandalias plateadas; era mi única preocupación, el tema de los zapatos, y lo tenía solventado con tiempo de sobra, así que ya nada me podía perturbar.

Por la mañana estábamos todas mis ángeles en casa de mi hermana. Vino una amiga a peinarnos. Me preguntó cómo era mi vestido, para hacer el peinado acorde. Yo me quedé mirándola con cara de… «No tengo ni idea aún», que ella entendió como: «No te puedo desvelar el secreto». Entonces me preguntó si clásico o moderno, y le dije que lo segundo (suponía yo).

Por la tarde a las cuatro en punto tenía yo a mis dos amigas en casa, sudando del susto (aparte que era agosto) y serias, presas del miedo. Y yo feliz, tan campante. Empezamos a poner las cuatro telas que tenía cortadas, sujetándolas a puntadas bastas (mi compañera no había cogido una aguja en su vida) donde nos parecía oportuno, probando probando. Decidimos prescindir del tul, sólo la gasa. Encontré por ahí un cordón de cortina y lo usé también junto con el hilo elástico de perlitas. Improvisamos un vestido genial, de diosa romana.

A las ocho estaba yo en la puerta de la iglesia bajando de mi coche, sonriendo de oreja a oreja, y toda la gente que había allí en la calle esperando empezó a aplaudir cuando me vio. Fue un momento mágico; muchísimas gracias a todos, de todo corazón 🙂 Supongo que fue la reacción al ver un vestido fuera de lo común. Nadie sabía que estaba recién salido del horno (de hecho la gente sigue sin creérselo jaja). Fue absolutamente maravilloso; y divertido.

Moraleja: no te preocupes tanto, pase lo que pase, no pasa nada. Además, siempre puedes contar con una amiga del alma dispuesta a estrellar su coche contra el escaparate de una tienda de novias, robar un vestido, ser querellada y multada y estar fichada por la policía.

¿Temeraria?

Yo soy Gema Vicedo y Ella es Gabriel.

5 comentarios en “La historia de mi vestido de novia”

  1. Sin palabras. O tal vez con micho que decir… Genial con dos cojones o tal vez estas locaaa??? Jejejejeje no se… Solo se decir que no se que decir jajajajajaja pero una situacion divertida y estresante a la vez ????????????????????????????????????????????????

    1. Jajajaja hola Vanessa, es que no me estreso fácilmente, o es que soy una inconsciente, o es que no catalogo esas cosas en la categoría de importantes, o es que bajo presión trabajo muy bien (aunque yo no sentía presión) o es que tengo una confianza abrumadora en mí y conté con las personas perfectas para que me ayudaran. Muchas gracias amigueta 😀

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