Las sandalias son para el invierno
¿Muerte a las sandalias al mínimo frescor? Nunca he entendido eso de cambiar el armario con la ropa de verano y la ropa de invierno cuando pasamos de estación. Por una parte por el faenón que eso debe suponer: meter toda la ropa en cajas para guardarlas en otro sitio o trasladarlas a otro armario más lejano (puede ser muy, muy lejano); por otra parte el conflicto que se armará una cuando una vez hecha la mudanza ropera, el tiempo cambia de golpe pero dura más de lo esperado y la ropa no está a mano por lo que, supongo, coges algo para apañarte «provisionalmente» un día, que se alarga a tres, o a dos semanas. Estos dolores de cabeza innecesarios autoimpuestos son muy fácilmente solucionables: la respuesta la tiene el método KonMary. Léete su libro «La magia del orden», aplícalo y te aseguro que te cambiará la vida, te simplificará la existencia y te organizarás de categoría.
Y ahora, después de dispersarme con la ropa (que dicho sea de paso me importa más bien poco), vamos al tema zapatero, que es lo mío. Ignoro por qué la población femenina en general relega las sandalias al verano. A la mínima fresca, zapato cerrado. ¿Por qué? Los motivos que oigo son los siguientes:
1- porque hace frío. Y yo pregunto: «¿para qué se inventaron las medias?» Respuesta (con cara de: esta tía es tonta): «Con medias los pies se hielan igual». Bueno, yo no tengo frío con sandalias y medias y soy la persona más friolera de Alcoy, no obstante cambiaré la pregunta: «¿Para qué se inventaron los calcetines? ¿los leotardos?» Respuesta (con ojos de espanto y cara de asco): «A buena hora me pongo yo eso...
2- …ni que fuera una guiri». (Aclaro, por si tengo el honor de que este artículo lo lee alguien no residente en España, que los españoles llamamos cariñosamente «guiris» a los turistas extranjeros, normalmente de países más fríos que el nuestro, con sus pieles blanquísimas a las que el sol español ha cogido por sorpresa y que habitualmente responden a la siguiente estampa: altos, desgarbados, rojos como una gamba, con camiseta y pantalones cortos, sandalias marrones y calcetines blancos subidos lo máximo que da el punto). Comprendo que no es lo habitual ver a alguien de la terreta en el crudo invierno, entre semana, con altísimas sandalias «de verano» como calzado de diario y calcetines de lana. Pero piénsalo bien, la combinación puede ser exquisita, al menos a mí me lo resulta y voy comodísima.
3- cuando llueve te mojas. Como los demás, jajaja. Bromas aparte, sí, claramente si llueve se mojan los calcetines. Se supone que si el día sale lluvioso no vas a salir a la calle con sandalias y calcetines, te pondrás calzado cerrado o mejor katiuskas si viene fuerte (los zapatos cuando se mojan después se quedan tiesos y hay que echarles cremita, si te los estimas); si te pilla por sorpresa el agua, obviamente se te mojarán los calcetines directamente. Mejor me lo pones, los lavas y tan campante, no hay que tratarlos con tanta delicadeza como a los zapatos.
4- porque la gente me va a mirar. Si te gusta pasar desapercibida esto es motivo suficiente para no ponerte la combinación invernal sandalias-calcetines. Acepto encantadísima todas las críticas que me puedas dar. Pero si te da un chute de energía ver caras ojipláticas a tu paso cuando bajan la vista para descubrir con espanto lo que calzas, entonces eres de mi club. Bienvenida al paraíso de las sandalias en invierno.
Para finalizar, la genial noticia: estamos en otoño 😀 Vuela a la zapatería a comprarte los restos de sandalias que han quedado de la temporada de verano y adquiérelos con descuentillo. Y a triunfar.
Yo soy Gema Vicedo y Ella es Gabriel.
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