La vida con tacones es mucho mejor
Puedes hacer el ridículo mil veces en tu vida, es más, te aseguro que lo vas a hacer, una y otra vez, cada día, así que asegúrate que el ridículo te pille con los tacones puestos.
Te lo voy a demostrar.
Hay cosas en tu vida que no puedes evitar:
– No puedes evitar que te coja risa cuando subes con un vecino en el ascensor. Disimulas mirando a una de las dos esquinas inferiores mientras supones (deseas) que él esté mirando una de las dos esquinas superiores. Aprietas con fuerza la cara (se está poniendo roja como un tomate) para que no se te ensanche la boca y abres los ojos de más en una concentración muy mal simulada. El tiempo se alarga más de lo normal y cuando por fin llegas a tu planta, te giras con una sonrisa extraordinaria de total naturalidad (estaba loca por relucir) y te despides de tu acompañante como si no hubiera pasado nada, triunfante con tus tacones. El ridículo que has sentido ha sido espantosamente incómodo aunque nada que no pueda arreglar el último recuerdo de tu vecino: tus tacones alejándose en el eco del rellano de la escalera.
– No puedes evitar que se ponga a llover y el pavimento se vuelva deslizante. Automáticamente aparecen, como teletransportados, coches atascados en la calzada que mientras esperan a que se desembotelle la ciudad, cuyos conductores, en lugar de mirar sus móviles, miran por la ventana. Y te ven: mujer sin paraguas, cazadora y pelo mojados, rímel corrido y mirando al suelo con una concentración absoluta en cada paso que da, calculando con precisión matemática la longitud, el apoyo, la inclinación, la presión, la compensación muscular para no desequilibrarse en cada resbalón… ¿controlado? Sí, controlado todo lo que se pueda. ¿Ridículo? Ridículo sería si la misma operación la llevaras en deportivas; con tacones eres la p… ama.
– No puedes evitar el súmmum de los ridículos: saludar con una gigante sonrisa a alguien que no te está saludando a ti, sino a otra persona situada muy cerca de ti, detrás, o delante, o a tu lado. La perspectiva visual cruza mal los datos y el resultado al que llega tu cerebro es erróneo. Si la persona que saluda se da cuenta de que te has confundido compartirá el saludo un poco contigo, algo que te deja como un «amigo» de tercera clase. Y si pasa de ti totalmente tú vas a ir borrando despacio la sonrisa de tu cara y a mirar hacia otro lado (para disimular que te sientes como un cero a la izquierda, y más si realmente no conoces a la persona en cuestión). Sea como sea el asunto, te aseguro que tu daño moral no va a sufrir tanto si llevas puestos unos zapatos espectaculares que te elevan a la categoría de poderosa, porque no es lo mismo bajar un peldaño de diez que bajar un peldaño de uno. Esto sirve lo mismo para chico: unos zapatos poderosos pisan a cualquier malentendido en zapatillas.
Y para finalizar te traigo a la más entre todas las diosas, Madonna. Premios Brit de 2015. Llevaba una bonita capa que se debía desprender con un tirón de sus bailarines; el sistema de sujeción falló y el resultado fue una caída de la cantante desde el tercer peldaño de una escalera. ¿Y qué hizo Madonna? Aquí no ha pasado nada: levantarse (amarga de dolor y sorpresa como estaría) con toda la dignidad del mundo (como sólo Madonna puede reunir) y continuar con el espectáculo (arrasador, como ella). Debajo de la capa vestía camisa blanca, medias mangas de encaje, un pantalón de corte torero, por debajo de la rodilla, medias negras y como calzado, el más sensual y poderoso que una diosa puede llevar: tacones.
Se habló mucho de ridículo, momento vergonzoso, y recibió numerosas burlas. Y yo les pregunto a todos los ufanos que se ríen desde detrás de la barrera: ¿cuál hubiere sido vuestra respuesta ante la misma situación? Me juego un año sin chocolate a que vuestro glamour lleva pañales. Aprended primero de la diosa, y después hablamos.
Yo soy Gema Vicedo y Ella es Gabriel.
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