Un vestido no es nada sin unos zapatos espectaculares. Y es que los zapatos son sagrados. Dicen que el calzado es un complemento del atuendo. Opino que es justo al contrario, el calzado determina el estilo de lo que lo acompaña; desde los pies hacia arriba todo es mero adorno. El poder reside en los pies, en los zapatos, y aquí te muestro un rápido recorrido histórico para demostrártelo:
Antiguo Egipto:
El calzado era un artículo de lujo, una parte esencial de la indumentaria ceremonial. Tanto, que el rey Namer llevaba un sirviente caminando detrás de él que sostenía en los brazos sus sandalias reales. Los egipcios se dejaban las sandalias en la entrada de las capillas funerarias cuando entraban para rendir culto a los muertos; los musulmanes adoptaron esta costumbre egipcia. Colocaban cofres alrededor de los sarcófagos, que también ilustraban, con artículos que las momias utilizarían cuando llegaran al Más Allá, entre los cuales se encontraban, cómo no, unas sandalias. El deseo de los muertos era «caminar con sandalias blancas por los hermosos caminos del cielo, donde andan los benditos».
Antiguo Testamento:
Varias son las alusiones de los textos sagrados a las sandalias de los personajes bíblicos. Cuando una persona perdía su prestigio y su honor, se acentúa el hecho de que estuviera descalzo.
En el reino de Israel, para marcar la propiedad privada de manera legal se dejaba una sandalia o se marcaba el campo con el pie.
Un negocio quedaba zanjado cuando una de las dos partes se quitaba el calzado y se lo daba a la parte contraria.
Cuando una mujer enviudaba sin hijos, su cuñado debía casarse con ella para perpetuar la familia. Si éste se negaba, se le escupía en la cara y le quitaban el calzado, y a partir de ese momento su casa se llamaría: «La casa del descalzado». Terrible, ¿verdad?
El duelo se demostraba descubriéndose la cabeza y cubriendo su rostro con una especie de bufanda, y caminando descalzos. Los vecinos los veían y les ofrecían pan, pan de enlutados. Y es que, como dice el refrán, las penas con pan, son menos.
Nuevo testamento:
Cuando Juan el Bautista iba a bautizar a Jesús, los cuatro apóstoles redactan de forma casi idéntica las palabras que dijo Juan sobre Jesús: «No soy digno de desatarle la correa de sus sandalias».
Sólo los hombres libres podían disfrutar de las sandalias, los esclavos no tenían derecho a usar zapatos. Aquí tenemos una relación directa del calzado con la libertad.
En la mitología los dioses se distinguen de los héroes en que los primeros llevan sandalias con suela de oro y los segundos con suela de bronce.
Las cortesanas griegas llevaban tachonadas las suelas de sus sandalias, de forma que cuando caminaban dejaban marcada en el suelo la palabra: «Sígueme». Buen reclamo, sí señor.
Roma:
Los zapatos de los romanos indicaban la condición social de sus portadores (realmente esto se repite en todas las civilizaciones, más rango, más lujo de zapato). Suelas de plata u oro para la alta aristocracia, suelas de madera para los plebeyos, y los esclavos, ay, sin derecho a usar zapatos.
Dar una azotaina con un zapato a niños y esclavos, para dejar claro quién manda. Un muy grave castigo, humillante, para que no se vuelva a repetir la falta cometida. Esto me recuerda a cuando mi abuela nos perseguía a mi hermana y a mí alrededor de la mesa con la chancla en la mano. Nunca nos pillaba. (Hoy en día hubiéramos podido ir las dos a la policía a denunciarla, qué cosas, con lo buena y maravillosa que era).
Galo-romanos:
Un monumento dedicado a un zapatero en el siglo XI muestra el respeto del que gozaban los artesanos de este sector que, por cierto, los esclavos no podían ejercer. (No fuera a ser que se calzaran unos y les pasara como a Dobby, que gracias al calcetín de Harry Potter se convirtió en un elfo doméstico liiiiibreeee 😀 ).
Edad media:
Los zapatos llegaron a ser muy costosos, un objeto de gran lujo que se dejaba en herencias y donaciones a monasterios.
El papa Adriano I (siglo I) instituyó el ritual de besar sus pies, que más tarde se sustituyó por besar la cruz bordada de su chinela, tras la queja de algunos miembros del clero que consideraban poco digno besarle los pies.
Como ves, los zapatos son sagrados, todos y cada uno de ellos, desde las zapatillas más modestamente económicas hasta el calzado más indecentemente caro, los que nos dan libertad de movimiento físico y subconsciente. Físico para salvaguardarnos de la irregularidad del suelo y su temperatura, de las características que sean; siempre hay un calzado apropiado para cada ocasión. Subconsciente, porque unos zapatos te pueden hacer volar sin límites con un poder ilusorio no terrenal ilimitado. Con ellos puedes arrasar todo a tu paso. Siéntelos en cada pisada, en cada mirada.
Un placer tenerte por aquí. Mi profundo agradecimiento a ti por leer el artículo y al libro «El arte del zapato» de Marie-Josephe Bossan, del que estoy aprendiendo valiosa información zapatera.
Yo soy Gema Vicedo y Ella es Gabriel. ♥
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